Nuevas tendencias de sostenibilidad:

Slow food y slow wine

La necesidad de cambio hacia un mundo más sostenible es un asunto instalado en la agenda internacional, la cual, en los últimos años se ha convertido en un tema de especial interés en la opinión pública. Entre las prácticas y conductas que se vienen propiciando a favor de dicha aspiración, se destacan las relativas a la agricultura y al consumo de alimentos.

Entre las tendencias actuales en ese sentido, indudablemente conectadas al enoturismo, no podemos dejar de hacer mención a los movimientos de slow food y slow wine, cuya filosofía defiende el disfrute de la comida y la bebida de la mano del cuidado del medio ambiente.

La organización global Slow Food, cuyo símbolo es justamente un caracol, fue fundada en 1989 “para prevenir la desaparición de culturas y tradiciones alimentarias locales, para contrarrestar el auge de los ritmos de vida acelerados y para combatir el desinterés general sobre los alimentos que se consumen, su procedencia y la forma en la que nuestras decisiones alimentarias afectan el mundo que nos rodea”.

Desde entonces no ha parado de crecer y hoy involucra a millones de personas en todo el mundo. Se opone a la estandarización del gusto y de la cultura, así como a las imposiciones de la industria alimentaria y la agricultura industrial. Según su noción de calidad, los alimentos deben ser buenos (sabrosos, frescos, que satisfagan los sentidos y sean parte de la cultura local), limpios (no perjudiciales para el medio ambiente, el bienestar animal o la salud humana), y justos (accesibles para los consumidores y con justas retribuciones para los productores).

De manera que además de centrarse en la producción racional de los alimentos, Slow Food propone un nuevo tipo de ecología, donde es fundamental la actividad humana, el estilo de vida de las personas, su manera de consumir y de viajar. En suma, propone una nueva forma de vivir y de relacionarse con los alimentos.En lo que concierne a la actividad turística, se recurre al denominado kilómetro 0 para fomentar el consumo local y regional de los alimentos. Esta modalidad valora la conexión con las raíces de cada pueblo que se visita.

Permite adentrarse en las tradiciones culinarias y las costumbres de los lugareños, aprender de su historia, sus creencias, sus tradiciones ancestrales y raíces familiares. Al revalorizar lo local o regional es posible apreciar mejor los sabores y aromas de cada materia prima y sus productos en su lugar de origen. Al interiorizarnos en los métodos de producción local, al ser conscientes del tiempo y el cuidado invertidos en la producción de cada alimento se resignifica el acto de comer.

En semejante contexto, la degustación de un alimento o una bebida, más que un placer individual momentáneo, se torna en una experiencia de alto valor simbólico, el aquí y ahora de un producto único y exclusivo dotado de la auténtica personalidad del lugar que lo vio nacer y desarrollarse. Nos hace meditar y sentirnos hermanados con la naturaleza y con otras personas, y tal vez más armonizados con nosotros mismos.

Si hablamos de vino en particular, las preocupaciones ambientales se acentúan, ya que el cultivo de uvas es altamente sensible al clima y a los cambios de la naturaleza, la temperatura, las precipitaciones. Las condiciones de cultivo de las vides, en constante evolución, impactan notoriamente sobre el producto final y su manejo requiere gran pericia. En concreto, la práctica de viticultura slow fomenta el uso de alternativas biológicas a los químicos, tal como el compost, prefiere la vendimia manual a la motorizada, es responsable con el uso de agua, es consciente de la sostenibilidad social tanto como de la ambiental y promueve actividades ecológicas entre sus visitantes.

El enoturismo no debería soslayar las tendencias en defensa del medio ambiente mencionadas. De hecho, se revela como una gran oportunidad para que las bodegas puedan dar a conocer los avances en sus prácticas, actividades y procesos para satisfacer las crecientes expectativas de sostenibilidad de la población. En consonancia con el movimiento slow food, el de slow wine promueve una economía más ecológica y justa, con prácticas agrícolas orgánicas o biodinámicas. Promueve las visitas y degustaciones de vinos integrados al terruño, dando valor al paisaje, al trabajo de las personas, a la historia y tradiciones del lugar.

Así, el enoturismo, con sus actividades de cata, recorridas, visitas a museos locales del vino, interacción con pequeños productores locales, entre tantas otras, nos provee de una gran enseñanza para llevarnos a casa, e incorporar esos saberes en nuestra vida diaria. Además de hacernos gozar de experiencias placenteras únicas, nos da la oportunidad de un cambio de actitud para reducir nuestra huella de carbono, respetar y dar más valor a los productos locales y naturales, y adquirir mayor conciencia referidas a nuestras elecciones de consumo. En definitiva, el enoturismo, por su misma naturaleza, nos acerca a todos esos valores.

Más allá de los productores que poseen distintas certificaciones y producen vinos biodinámicos con procesos naturales, hoy en día todas las bodegas en general son cada vez más conscientes del cuidado del medio ambiente y del creciente valor que los consumidores y visitantes otorgan a la sostenibilidad. Un vino genuino, de buen sabor, de precio justo y que además refleje sostenibilidad y cuidado del planeta y de las personas constituye una estrategia de marketing ideal para estos tiempos, y sobre todo para cuando se incorporen al mercado y al turismo del vino las generaciones más jóvenes, tan preocupadas, con razón, por el cuidado de nuestra casa común.

 

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